EL NIÑO DE LOS CALAMARES Y SUS MANERAS.

“La urbanidad es una emanación de los deberes morales, y como tal, sus prescripciones tienden todas a la conservación del orden y de la buena armonía que deben reinar entre los hombres, y estrechar los lazos que los unen, por medio de impresiones agradables que produzcan los unos sobre los otros”. (Manuel Antonio Carreño).


Arturo Perez Reverte

Los denominados “tratados de buenas maneras” o “tratados de urbanidad” constituyen una forma del todo singular en el contexto de la literatura moral. Su especificidad estriba en su índole limítrofe: por una parte parecen promover valores propiamente estéticos y, por otra, morales. Este problema es una de las posibles reflexiones que el genial escritor Arturo Pérez Reverte publica en un artículo, titulado "Los calamares del niño". El artículo, que no tiene desperdicio alguno, es una "particular" crítica a la mala educación y la relación entre el dominio ético y estético. Me permito reproducirlo de forma literal para el disfrute de su lectura.

Arturo Perez Reverte

“Hay criaturas por las que no lloraré cuando suenen las trompetas del Juicio. Niños que anuncian desde muy temprano lo que serán de mayores. A veces uno está paseando, o sentado en una terraza, y los ve pasar apuntando en agraz maneras inequívocas. Adivinados en ellos la inevitable maruja de sobremesa televisiva –ayer vi reconciliarse a dos hermanas en directo y eché literalmente la pota– o la viril mala bestia correspondiente. Dirán ustedes que ellos no tienen la culpa, etcétera. Que los padres, la sociedad y todo eso los malean, y tal. Pero qué quieren que diga. En cuestiones de culpa, denle tiempo a un niño y también él tendrá su cuota propia, como la tenemos todos. Sólo es cuestión de plazos. De que se cumplan los pasos y rituales que se tienen que cumplir.

El zagal que veo en el restaurante tiene nueve o diez años, que ya va siendo edad, y se parece al padre, sentado a su vera: moreno, grandote y vulgar de modos y maneras. La madre pertenece al mismo registro. Todos visten ropa cara, por cierto. Colorida y vistosa. Sobre todo la madre, una especie de Raquel Mosquera vestida de Paulina Rubio y con toquecitos de Belén Esteban en el maquillaje y en la parla. La familia ocupa una mesa contigua a la mía, junto al gran ventanal de un restaurante popular de Calpe, situado junto al puerto. Y al niño acaban de traerle calamares a la romana. De no ser porque su cháchara maleducada, chillona e interminable, a la que asisto impotente desde hace veinte minutos, ya me tiene sobre aviso, la manera en que ahora maneja el tenedor me dejaría boquiabierto. El pequeño cabrón –nueve o diez años, insisto– agarra el cubierto al revés, con toda la mano cerrada, y clava los calamares a golpes sonoros sobre el plato, como si los apuñalara. Observo discretamente al padre: mastica impasible, bovino, observando satisfecho el buen apetito de su hijo. Luego observo a la madre: tiene la nariz hundida en el plato, perdida en sus pensamientos. Tampoco sería difícil, me digo, con la edad que tiene ya su puto vástago, enseñarle a manejar cuchara, cuchillo y tenedor. Pero, tras un vistazo detenido al careto del progenitor, comprendo que, para hacer que un hijo maneje correctamente los cubiertos, primero es necesario creer en la necesidad de manejar correctamente los cubiertos. Y por la expresión cenutria del fulano, por su manera de estar, de mirar alrededor y de dirigirse a su mujer cuando le habla, tal afán no debe de hallarse entre las prioridades urgentes de su vida. En cuanto a la madre, cómo maneje el crío los cubiertos, o cómo los manejen el padre o el vecino de la mesa de al lado, parece importarle literalmente un huevo.Tras un eructo infantil jaleado con suma hilaridad por el conjunto familiar –después de reír, eso sí, el papi parece amonestarlo en voz baja, a lo que la criatura responde sacando la lengua y poniendo ojos bizcos– llega la paella. Y, tras deleitar al respetable con el uso del tenedor, el indeseable enano exhibe ahora su virtuosismo en el manejo de la cuchara agarrada con toda la mano exactamente junto a la cazoleta, alternando la cosa con tragos sonoros del vaso de cocacola sujeto con ambas manos y vuelto a dejar sobre la mesa con los correspondientes granos de arroz adheridos al vidrio. Tan maleducado, tan grosero como el padre y la madre que lo parieron. Y así continúa el dulce infante, a lo suyo, camino de los postres, en esa deliciosa escena española de fin de semana, una familia más, media, entrañable, con su hipoteca, y su tele, y su coche aparcado en la puerta, como todo el mundo. Y yo, que gracias a Dios he terminado, pido mi cuenta, la pago y me levanto mientras pienso que ojalá caiga un rayo y los parta a los tres, y les socarre la paella. Y ustedes dirán: vaya con el gruñón del Reverte, a ver qué le importará a él que el niño se coma los calamares así o asá, peazo malaje. A él qué le va ni le viene. Pero es que no estoy pensando en la paella, ni en el restaurante, ni en los golpes del tenedor sobre los calamares. Aunque también. Lo que pienso, lo que me temo, es que dentro de unos años ese pequeño hijo de puta será funcionario de Ayuntamiento, o guardia civil de Tráfico, o general del Ejército, o empleado de El Corte Inglés, o juez, o fontanero, o político, o ministro de Cultura, o redactor del estatuto de la nación murciana; y con las mismas maneras con las que ahora se comporta en la mesa, cuando yo caiga en sus manos me va a joder vivo. Por eso hoy me cisco en sus muertos más frescos. ¿Comprenden? En defensa propia”.

LAS BUENAS MANERAS.

“Nunca terminamos de aprender. Y si algún día lo dudamos, descubriremos nuestra propia ignorancia”. (Will Durant).

La educación es la clave del futuro. la clave del destino del hombre y de su posibilidad de actuar en un mundo mejor.

Estamos en fechas en las que se producen extraordinarios dispendios, o lo que es lo mismo, gastos que en muchas ocasiones son excesivos e innecesarios, circunstancia esta que se hace evidente de una forma particular en las comidas navideñas. Todo para hacer de estas fechas un momento mágico y demostrar al mundo el poder de nuestra economía. Parece inevitable entrar cada año en la misma discusión y suscitar la misma reflexión, la celebración de la Navidad ha perdido su sentido religioso y, además, va en la dirección contraria a los valores que debería recordarnos. Sin embargo estos momentos de crisis económica que vivimos y que con toda seguridad harán que nuestro desembolso económico en asuntos gastronómicos sea menor, facilitará que pongamos en alza otros valores que concurren en las comidas navideñas y que no se circunscriben a lo culinario como son las buenas maneras y la conversación en la mesa.

Desde el comienzo de la historia del hombre la forma de manifestar la amistad ha sido compartir la comida, de hecho el término "compañero" significa “comer del mismo pan”. No obstante algunas personas piensan que para el éxito de una comida, basta con que la planificación y la organización estén en perfecto orden. Sin embargo se olvidan del factor humano. Hay que atender personalmente a cada invitado y conseguir que quede satisfecho con las atenciones recibidas. La naturalidad, sin abandonar la cortesía ni la hospitalidad, son cualidades indispensables en todo buen anfitrión. Las costumbres en la mesa se han desarrollado simultáneamente con la cultura de cada época, siendo diferentes tanto en el tiempo como en el lugar.


Brillant-Savarin afirmaba que "recibir a alguien como nuestro invitado equivale a responsabilizarse de su felicidad durante todo el tiempo que permanezca bajo nuestro techo", estaba expresando una regla que desde el principio de los tiempos ha sido tenida por sagrada.


Las buenas maneras no deben nunca ser contrarias con el buen humor y la simpatía, un abuso en la aplicación de las normas de protocolo puede desembocar en una rigidez incómoda y desagradable para todos los que comparten mesa.


Las relaciones entre personas se fundamentan en una buena conversación. Y uno de los momentos del día que favorecen este intercambio cortés y ameno es la hora a la que nos sentamos a comer. En familia, con compañeros de trabajo, amigos o clientes, las comidas no son sólo una forma de alimentar el cuerpo sino también el alma.


El sentido común y el respeto hacia los demás son la razón principal de ser de las buenas maneras en la mesa. Muchos dicen que es allí donde se conoce si una persona es bien educada o no, de hecho, quién no ha oído el dicho ¨en la mesa y el juego se conoce al caballero”. Parafraseando al anteriormente aludido Brillant-Savarin "lo que distingue al hombre inteligente de los animales no es lo que come sino el modo en que lo hace".

La mesa y comer en familia no solo es el lugar donde mejor
se demuestra una buena educacion sino uno de los lugares
idoneos para adquirirla.

CORAZON DE ALCACHOFA.


"Usted tampoco podría ser una alcachofa, por que incluso las alcachofas tienen corazón". Audrey Tautou (Amelie)

Su lugar de origen se sitúa en una amplia zona que cubre Asia Menor y el norte de África, formando parte de la cuenca del Mediterráneo e incluye a las islas Canarias, las Egeas y el Sur de Turquía y Siria, donde aún crecen en estado silvestre tres subespecies primitivas, que se consumían dos mil años antes de Cristo aunque las variedades que hoy conocemos parecen derivarse de una desarrollada en Italia. Es posible que al principio se comieran solo los tallos florales y las nervaduras carnosas de las hojas, como ocurre con el cardo, porque las inflorescencias eran muy pequeñas, espinosas y de sabor desagradable; pero que con el tiempo y cierta selección experimental fueron evolucionando a lo que son las alcachofas actuales.


Alcachofas y pan. (Claudio Bravo).

Al igual que otras muchas palabras que en castellano comienzan por “al” la palabra alcachofa es de origen árabe y significaría “el palo de espinas”. La planta denominada “Cynara” ya era conocida por griegos y romanos. Relata el poeta latino Horacio que emergía Zeus del Egeo cuando observó, tendida en la playa de la isla de Kynaros, a una bellísima joven, Cynara. Seducida por este, la muchacha le complació, Zeus en agradecimiento elevó a Cynara a la categoría de diosa. Pronto Cynara comenzó a recordar su isla, envolviéndola un profundo sentimiento de añoranza. Pero la condición de divinidad estipulaba que una diosa no debía quedar al alcance de los mortales, por lo que cuando Cynara volvió a las arenas mediterráneas, su enojado amante hizo que comenzaran a salirle unas coriáceas escamas que la envolvieron, quedando únicamente su sensual corazón confinado en el interior de una vulgar alcachofa.

La leyenda nos descubre que ya los antiguos conocían de sobra las bondades gastronómicas de esta sorprendente verdura, y lo que es más, el presunto carácter afrodisíaco que ha mantenido a través de los siglos. Fue el médico griego Dioscórides el primero en escribir sobre la alcachofa y se sabe por el naturalista latino Plinio el Viejo que griegos, romanos y cartagineses la conocieron y apreciaron; sabiéndose también que la conservaban en miel o vinagre, sazonada con comino y otras especies aromáticas para consumirlas durante todo el año. El escritor romano Paladio, autor del libro "Tratado de Agricultura", nos describe su cultivo y el uso que se hace de la alcachofa. Para los romanos era manjar de los Dioses y por la fama de ser afrodisíaca, se convirtió en algo tan escandaloso que no era posible ver a una mujer decente comiéndose una. Con el declive del Imperio Romano hubo una época de oscuridad hasta el siglo XV, durante la cual fue cultivada y mejorada por monjes en monasterios cristianos, evolucionando hacia la alcachofa actual.

Su gran debut fue en 1466, cuando la familia Strozzi la llevó de Florencia a Nápoles, donde recibió el nombre de “carciofi” y comenzó a cultivarse en mayor escala, expandiéndose luego a Sicilia, Cerdeña y otras regiones de Italia. En la época del rey francés Enrique IV y de su esposa Catalina de Médicis, se creía que la alcachofa era afrodisíaca, además de diurética y que servía para combatir la ictericia. Es por todo ello que nunca faltaba, según se dice, en las casas de gente noble. Entonces, sólo se utilizaban los fondos de la alcachofa. Se cuenta que la reina llegó a enfermar por comer fondos de alcachofa, pero creemos que se debía a las carnes, que se ponían encima de dichos fondos, fundamentalmente a base de crestas de gallo. El botánico italiano Castore Durante, nos dice que para saber si una mujer está embarazada basta hacerle beber un vaso de jugo de hojas de alcachofa; y si su estómago rechaza la bebida querrá decir que seguramente está embarazada.

El médico personal del rey francés Luis XIII decía que no era posible pensar en una verdadera comida, si en el menú no incluía, al menos, un toque a base de alcachofa. No nos olvidemos que en esa época, el comer esta hortaliza, era privilegio de la aristocracia.


Alcachofas (Gimeno).

El alto contenido en hierro de la alcachofa la hace especialmente indicada en pacientes asténicos y anémicos. Por su parte la enzima cinarina, ubicada preferentemente en los pétalos, tiene la virtud de cuajar la leche, por lo cual se utilizaba antiguamente para fabricar quesos. Debido a que los principios amargos pueden pasar a la leche materna, se desaconseja su empleo durante la lactancia, ya que los mismos pueden no solo dar mal sabor a la leche, sino también cuajarla. Los jugos de los tejidos finos de la alcachofa se utilizan en cosmética como base de los tónicos o lociones ligeramente astringentes útiles para limpiar y refrescar el cutis o para vigorizar el cabello, así como para otras aplicaciones medicinales y no alimentarias. Las hojas de la alcachofa se emplean para elaborar un licor llamado Cynar, que se usa como aperitivo amargo o bíter.

Finalizo recordando la estrofa que cierra la bella “oda a la alcachofa” de Pablo Neruda.

Así termina
en paz
esta carrera
del vegetal armado
que se llama alcachofa,
luego escama por escama desvestimos
la delicia
y comemos
la pacífica pasta
de su corazón verde.