"La vida del
agricultor es la mejor calculada para la felicidad y para las virtudes
humanas." (Jenofonte de Atenas).
Muchos de los
acontecimientos y de nuestras
celebraciones se producirán en torno a una mesa, y con toda seguridad estará
repleta de ricos alimentos que salvo excepciones tendrán un origen
agropecuario. Pero, ¿nos hemos parado a pensar quienes son los verdaderos artífices
de que esto pueda suceder? Podremos creer que el esfuerzo de nuestro trabajo lo
ha hecho posible o tal vez los innumerables lugares donde podemos adquirir
dichos productos lo hacen viable, sin pararnos a considerar que los verdaderos
responsables son en su mayoría pequeños y humildes agricultores y ganaderos. Es
por todo ello que en nuestro reconocimiento no podemos ni debemos renunciar
jamás de nuestros orígenes y el de muchos de los que leamos hoy este artículo
se encuentra aún en la tierra, en el campo. No debemos olvidar que la
generación de nuestros abuelos era eminentemente rural o lo que es lo mismo, en
su gran mayoría, agrícola. Es por lo tanto nuestra obligación no permanecer
indiferentes a la agonía y desesperación de ese sector primario.
Cosecha de trigo
sarraceno, verano. Jean-François Millet (1814 –1875).
Nuestro país se
está quedando sin agricultores y ganaderos porque su profesión aparte de no
estar socialmente reconocida, especialmente por la población urbana y los
poderes públicos, no es económicamente rentable. El principal trabajo de los
agricultores es la producción de alimentos. Para ello se sirven de tradiciones
antiguas a las que suman ciencia y modernas tecnologías con el fin de
brindarnos una seguridad alimentaria, concebida ésta como el derecho que todas
las personas tenemos al acceso material, social y económico a alimentos
suficientes, buenos y nutritivos que solventen nuestras necesidades de energía
y preferencias alimenticias para llevar una vida activa y sana. Hay seguridad
alimentaria en una sociedad cuando ésta beneficia a todos sus miembros, tanto
consumidores como productores, siendo éste un objetivo deseable al que todo
estado debe aspirar y al que actualmente parece que está renunciando nuestro
país. Además desde la perspectiva de la calidad de los alimentos que compramos,
ocurre otro tanto; no han sido pocas las alarmas que han surgido últimamente en
este mundo globalizado, aceite de colza, vacas locas, gripe aviar, gripe
porcina, etc. Para que esto sea posible, los agricultores deben tener un grado
cada vez superior de conocimientos específicos tanto en la gestión del suelo
como medioambiental, siendo necesario para ello un amplio repertorio de
capacidades. El agricultor, cualquiera que sea la actividad agraria que
realice, es un ciudadano que, como autónomo, tiene unos derechos sociales muy
reducidos, no dispone de vacaciones, ni de días libres semanales como el resto
de trabajadores y su pensión de jubilación es muy moderada. Y para remate de
todas sus desgracias, los alimentos que produce tienen un precio en origen
bastante inferior al que paga el consumidor final, con lo cual sus rentas están
muy por debajo de la media nacional.
Productores de
patata. Jean-François Millet (1814 –1875).
Tenemos que
entender que más allá de la seguridad alimentaria la función del agricultor es
múltiple, no limitándose a la producción de alimentos, sino que también
conlleva otra serie de trabajos vinculados con su entorno. Dichas funciones
recogen lo que podríamos señalar como elementos no comercializables de la
actividad agraria, y en la mayoría de los casos no percibidos por el resto de
la sociedad. Por razón de su trabajo mantiene limpio y protegido el
medioambiente facilitando el ocio a las poblaciones urbanas. Su trabajo nos
proporciona un enorme ahorro en los presupuestos dedicados a la conservación de
nuestro patrimonio natural. La actividad agraria contribuye de una manera
considerable en el paisaje, elemento fundamental en el turismo de interior.
Igualmente tiene una dimensión evidente de sostenibilidad social, erigiéndose
en estos momentos de crisis como freno a la destrucción de empleo, se ha
mostrado incluso como destino de acogida para trabajadores provenientes de
otros sectores, convirtiéndose en un núcleo estable de actividad económica y
mantenimiento de empleo. Finalmente, contribuye al equilibrio demográfico entre
zonas rurales y urbanas impidiendo con ello la erosión y desertización de
grandes zonas, factor esencial en la lucha contra el cambio climático y en la
reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, problema tan en boga
actualmente.
Vendimia en la
Ribera del Duero. José Vela Zanetti .
Cabe preguntarse
por qué estas múltiples funciones no repercuten en las rentas de sus verdaderos
autores. En definitiva, produce alimentos que se comercializan en el mercado y
por los cuales obtiene unos beneficios, pero al mismo tiempo genera otra serie
de provechos a la sociedad que nadie compensa porque no son comercializables.
Es por ello que el agricultor debería de tener un respaldo económico especial
si pretendemos que siga cumpliendo tales trabajos. Y por esta labor social el
sector público debe asegurarle no solo unas rentas, sino un reconocimiento
explícito. Realizadas las anteriores reflexiones, pensemos que la agricultura
ejerce un papel, aunque relativo, importante en la economía globalizada,
imprescindible para la sociedad, no sólo por la necesidad de alimentar a la
humanidad, sino para favorecer la conservación de la naturaleza y de la vida en
el planeta. Logrando a sí mismo un papel protector de la condición humana y de
la subsistencia de valores heredados desde hace generaciones que mantienen a
los pueblos más cohesionados y vinculados a la tierra. De esta manera nuestros
hijos y los hijos de estos, al tiempo que progresan en desarrollo y tecnología,
también lo harán en su escala de valores no estando basada en el
individualismo, ni en el consumismo, sino en la solidaridad y en el apoyo mutuo
entre los pueblos.