"Uno es lo que come,
con quien lo come y como lo come. La nacionalidad no la determina el lugar
donde uno fue dado a la luz, sino los sabores y los olores que nos acompanan
desde ninos." (Laura Esquivel).
"La nacionalidad tiene que
ver con al tierra, pero no con esa pobre idea de una delimitación territorial,
sino con algo más profundo. Tiene que ver con los productos que esa tierra
prodiga, con su química y sus efectos en nuestro organismo. Los compuestos
biológicos de lo que comemos penetran el ADN de nuestro organismo y lo
impregnan de los sabores más íntimos. Se cuelan hasta el último rincón del
inconsciente, allí donde anidan los recuerdos y se acurrucan para siempre en la
memoria.” Estas palabras de Laura Esquivel resumen a la perfección el contenido
de este libro, que no es otro que el anhelo vital de al autora: defender la
existencia de esas fronteras interiores de la nacionalidad, su estrecha
relación con la gastronomía y su importancia en la creación de lo que ella
llama el hombre nuevo. Así pues, esta reunión de textos que relacionan tan
íntimamente la gastronomía con el ser se convierte en un pequeño, sencillo y
relevante tratado que recoge el pensamiento esencial de la autora de Como agua
para chocolate.
Fuego. Una escena de la cocina con Cristo en casa de
Marta y María. Joachim Beuckelaer (1533-1574).
"Los primeros años de mi vida
los pasé junto al fuego de la cocina de mi madre y de mi abuela, viendo como
estas sabias mujeres, al entrar en el recinto sagrado de la cocina, se
convertían en sacerdotisas, en grandes alquimistas que jugaban con el agua, el
aire, el fuego, la tierra, los cuatro elementos que conforman la razón de ser
del universo. Lo más sorprendente es que lo hacían de la manera más humilde,
como si no estuvieran haciendo nada, como si no estuvieran transformando el
mundo a través del poder purificador del fuego, como si no supieran que los
alimentos que ellas preparaban y que nosotros comíamos permanecían dentro de
nuestros cuerpos por muchas horas, alterando químicamente nuestro organismo,
nutriéndonos el alma, el espíritu, dándonos identidad, lengua, patria.
Fue ahí, frente al fuego,
donde recibí de mi madre las primeras lecciones de lo que era la vida. Fue ahí
donde Saturnina, una sirvienta recién llegada del campo, me impidió un dia
pisar un grano de maíz tirado en el piso porque en él estaba contenido el Dios
del Maíz y no se le podía faltar el respeto de esa manera. Fue ahí, en el lugar
más común para recibir visitas, donde yo me entere de lo que pasaba en el
mundo. Fue ahí donde mi madre sostenía largas pláticas con mi abuela, con mis
tías y de vez en cuando con algún pariente ya muerto.
Fue ahí, pues, donde
atrapada por el poder hipnótico de la llama, escuche todo tipo de historias,
pero sobre todo, historias de mujeres".
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