"He
oído decir a mi señor Don Quijote que el escudero de caballero andante ha de
comer hasta no poder más, a causa de que se les suele ofrecer entrar acaso por
una selva tan intrincada que no aciertan a salir de ella en seis días"...(
Sancho Panza ).
La
obra cumbre de la literatura en lengua castellana y probablemente de la
literatura universal “Don Quijote de la Mancha” contiene en sí misma una serie
de complejos niveles de significación. No obstante, entre las aproximaciones
críticas más recientes, aparece con gran insistencia el estudio de la novela
como testimonio de la gastronomía de la época, llevando a profundizar y recrear
las comidas referidas en el texto. Cervantes nos habla en El Quijote de la
cocina popular. La cocina del Quijote se alimenta de la gastronomía y forma de
vida de una economía de subsistencia. De igual modo es el reflejo de una
sociedad de extremos, ya que se nos muestra la penuria y la abundancia como
imagen de la realidad de un fastuoso imperio español frente a un pueblo repleto
de necesidades. Indudablemente, esto se manifiesta en la fiesta, y en el
consumo y la alimentación de la sociedad de la época. De este modo, el contacto
con el elemento culinario y con el espectáculo a su vez nos permite entrar al
mundo de la cotidianeidad y la sociedad cervantina, lo que nos lleva a
considerar la novela desde otro punto de vista, ya que hablar de celebración y
comida en una sociedad donde predomina la pobreza, es un motivo que resalta a
nuestros ojos pidiendo estudio y atención. Viajemos, pues, de la mano de Sancho
y Don Quijote al tiempo que nos regocijamos con maravillosos platos y
deliciosos vinos.
Don
Quijote y Sancho Panza. (Jesus Helguera).
Don
Quijote y Sancho Panza.(Hermanos le Nain).
Conforme
van transcurriendo las aventuras del ingenioso hidalgo y su leal escudero, a lo
largo de tierras castellanas, no son menos de ciento cincuenta las recetas
aludidas por Don Quijote. Es una gastronomía en la que priman los platos
contundentes, con ingredientes y materias propias de la región, popurrí de
cordero, pisto -a base de tomate, pimientos, ajo, cebolla- fiambre de conejo en
escabeche, asado de cabrito, codornices enfundadas y sopa de ajo, son algunos
de los mangares manchegos. Leche frita, natillas almendradas, rosquillas,
yemas, empiñonados, mazapanes, mantecados, tortas y bizcochos borrachos con
miel, son algunos de los dulces que Don Quijote degustaba, pero que a ciencia
cierta su escudero ingería haciendo caso a su señor.
Hemos
tenido a bien recuperar algún pasaje de la extraordinaria obra de Cervantes
para que nos sirva como excusa para presentar una muestra de platos históricos
que subsisten con inusual costumbre; platos tradicionales con cuerpo y fuerza a
los que pronosticamos larga vida en la conciencia popular.
Capítulo
I, primera parte.
[...]Una
olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos
los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos,
consumían las tres partes de su hacienda.[...]
Don
Quijote y el carro de la muerte. (André Masson).
Capítulo
XI, primera parte.
[...]
Fue recogido de los cabreros con buen ánimo, y habiendo Sancho lo mejor que
pudo acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue tras el olor que despedían de
sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego en un caldero estaban; y
aunque él quisiera en aquel mismo punto ver si estaban en sazón de trasladarlos
del caldero al estómago, lo dejó de hacer porque los cabreros los quitaron del
fuego, y tendiendo por el suelo unas pieles de ovejas, aderezaron con mucha
priesa su rústica mesa, y convidaron a los dos, con muestras de muy buena
voluntad, con lo que tenían. [...]
Capítulo
XLIX, segunda parte.
[...]
le dieron de cenar un salpicón de vaca con cebolla, y unas manos cocidas de
ternera algo entrada en días. Entregóse en todo con más gusto que si le
hubieran dado francolines de Milán, faisanes de Roma, ternera de Sorrento,
perdices de Morón, o gansos de Lavajos; y, entre la cena, volviéndose al
doctor, le dijo: -Mirad, señor doctor: de aquí adelante no os curéis de darme a
comer cosas regaladas ni manjares exquisitos, porque será sacar a mi estómago
de sus quicios, el cual está acostumbrado a cabra, a vaca, a tocino, a cecina,
a nabos y a cebollas; y, si acaso le dan otros manjares de palacio, los recibe
con melindre, y algunas veces con asco. Lo que el maestresala puede hacer es
traerme estas que llaman ollas podridas, que mientras más podridas son, mejor
huelen, y en ellas puede embaular y encerrar todo lo que él quisiere, como sea
de comer, que yo se lo agradeceré y se lo pagaré algún día; [...]
Las
bodas de Camacho(Manuel Garcia Hispaleto).
Capítulo
XX, segunda parte. Bodas de Camacho.
[...]
-De la parte desta enramada, si no me engaño, sale un tufo y olor harto más de
torreznos asados que de juncos y tomillos: bodas que por tales olores
comienzan, para mi santiguada que deben de ser abundantes y generosas.[...]
[...]Lo
primero que se le ofreció a la vista de Sancho fue, espetado en un asador de un
olmo entero, un entero novillo; y en el fuego donde se había de asar ardía un
mediano monte de leña, y seis ollas que alrededor de la hoguera estaban no se
habían hecho en la común turquesa de las demás ollas, porque eran seis medias
tinajas, que cada una cabía un rastro de carne: así embebían y encerraban en sí
carneros enteros, sin echarse de ver, como si fueran palominos; las liebres ya
sin pellejo y las gallinas sin pluma que estaban colgadas por los árboles para
sepultarlas en las ollas no tenían número; los pájaros y caza de diversos
géneros eran infinitos, colgados de los árboles para que el aire los enfriase.
Contó Sancho más de sesenta zaques de más de a dos arrobas cada uno, y todos
llenos, según después pareció, de generosos vinos; así había rimeros de pan
blanquísimo, como los suele haber de montones de trigo en las eras; los quesos,
puestos como ladrillos enrejados, formaban una muralla, y dos calderas de
aceite, mayores que las de un tinte, servían de freír cosas de masa, que con
dos valientes palas las sacaban fritas y las zabullían en otra caldera de
preparada miel que allí junto estaba. [...]
Don
Quijote y Sancho Panza. (Pablo Ruiz Picasso).
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