"Oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas". (Miguel de Cervantes).
Festín de Sancho Panza en la Insula. (José Moreno Carbonero).
Cuenta la historia que desde el juzgado llevaron
a Sancho Panza a un suntuoso palacio, adonde en una gran sala estaba puesta una
real y limpísima mesa; y, así como Sancho entró en la sala, sonaron chirimías,
y salieron cuatro pajes a darle aguamanos, que Sancho recibió con mucha
gravedad.
Cesó la música, sentóse Sancho a la cabecera de la
mesa, porque no había más de aquel asiento, y no otro servicio en toda ella.
Púsose a su lado en pie un personaje, que después mostró ser médico, con una
varilla de ballena en la mano. Levantaron una riquísima y blanca toalla con que
estaban cubiertas las frutas y mucha diversidad de platos de diversos manjares;
uno que parecía estudiante echó la bendición, y un paje puso un babador randado
a Sancho; otro que hacía el oficio de maestresala, llegó un plato de fruta
delante; pero, apenas hubo comido un bocado, cuando el de la varilla tocando
con ella en el plato, se le quitaron de delante con grandísima celeridad; pero
el maestresala le llegó otro de otro manjar. Iba a probarle Sancho; pero, antes
que llegase a él ni le gustase, ya la varilla había tocado en él, y un paje
alzádole con tanta presteza como el de la fruta. Visto lo cual por Sancho,
quedó suspenso, y, mirando a todos, preguntó si se había de comer aquella
comida como juego de maesecoral. A lo cual respondió el de la vara
-No se ha de comer, señor gobernador, sino como es uso y costumbre en
las otras ínsulas donde hay gobernadores. Yo, señor, soy médico, y estoy asalariado
en esta ínsula para serlo de los gobernadores della, y miro por su salud mucho
más que por la mía, estudiando de noche y de día, y tanteando la complexión del
gobernador, para acertar a curarle cuando cayere enfermo; y lo principal que
hago es asistir a sus comidas y cenas, y a dejarle comer de lo que me parece
que le conviene, y a quitarle lo que imagino que le ha de hacer daño y ser
nocivo al estómago; y así, mandé quitar el plato de la fruta, por ser
demasiadamente húmeda, y el plato del otro manjar también le mandé quitar, por
ser demasiadamente caliente y tener muchas especies, que acrecientan la sed; y
el que mucho bebe mata y consume el húmedo radical, donde consiste la vida.
-Desa manera, aquel plato de
perdices que están allí asadas, y, a mi parecer, bien sazonadas, no me harán
algún daño.
A lo que el médico
respondió:
-Ésas no comerá el señor
gobernador en tanto que yo tuviere vida.
-Pues, ¿por qué? -dijo
Sancho.
Y el médico respondió:
-Porque nuestro maestro
Hipócrates, norte y luz de la medicina, en un aforismo suyo, dice: Omnis
saturatio mala, perdices autem pessima. Quiere decir: "Toda hartazga es
mala; pero la de las perdices, malísima".
-Si eso es así -dijo
Sancho-, vea el señor doctor de cuantos manjares hay en esta mesa cuál me hará
más provecho y cuál menos daño, y déjeme comer dél sin que me le apalee;
porque, por vida del gobernador, y así Dios me le deje gozar, que me muero de
hambre, y el negarme la comida, aunque le pese al señor doctor y él más me
diga, antes será quitarme la vida que aumentármela.
-Vuestra merced tiene razón,
señor gobernador -respondió el médico-; y así, es mi parecer que vuestra merced
no coma de aquellos conejos guisados que allí están, porque es manjar
peliagudo. De aquella ternera, si no fuera asada y en adobo, aún se pudiera
probar, pero no hay para qué.
Sancho Panza. (Lino Casimiro Iborra)
Y Sancho dijo:
-Aquel platonazo que está
más adelante vahando me parece que es olla podrida, que por la diversidad de
cosas que en las tales ollas podridas hay, no podré dejar de topar con alguna
que me sea de gusto y de provecho.
-Absit! -dijo el médico-.
Vaya lejos de nosotros tan mal pensamiento: no hay cosa en el mundo de peor
mantenimiento que una olla podrida. Allá las ollas podridas para los canónigos,
o para los retores de colegios, o para las bodas labradorescas, y déjennos
libres las mesas de los gobernadores, donde ha de asistir todo primor y toda
atildadura; y la razón es porque siempre y a doquiera y de quienquiera son más
estimadas las medicinas simples que las compuestas, porque en las simples no se
puede errar y en las compuestas sí, alterando la cantidad de las cosas de que
son compuestas; mas lo que yo sé que ha de comer el señor gobernador ahora,
para conservar su salud y corroborarla, es un ciento de cañutillos de
suplicaciones y unas tajadicas subtiles de carne de membrillo, que le asienten
el estómago y le ayuden a la digestión.
Oyendo esto Sancho, se
arrimó sobre el espaldar de la silla y miró de hito en hito al tal médico, y
con voz grave le preguntó cómo se llamaba y dónde había estudiado. A lo que él
respondió:
-Yo, señor gobernador, me
llamo el doctor Pedro Recio de Agüero, y soy natural de un lugar llamado
Tirteafuera, que está entre Caracuel y Almodóvar del Campo, a la mano derecha,
y tengo el grado de doctor por la universidad de Osuna.
A lo que respondió Sancho,
todo encendido en cólera:
-Pues, señor doctor Pedro
Recio de Mal Agüero, natural de Tirteafuera, lugar que está a la derecha mano
como vamos de Caracuel a Almodóvar del Campo, graduado en Osuna, quíteseme
luego delante, si no, voto al sol que tome un garrote y que a garrotazos, comenzando
por él, no me ha de quedar médico en toda la ínsula, a lo menos de aquellos que
yo entienda que son ignorantes; que a los médicos sabios, prudentes y discretos
los pondré sobre mi cabeza y los honraré como a personas divinas. Y vuelvo a
decir que se me vaya, Pedro Recio, de aquí; si no, tomaré esta silla donde
estoy sentado y se la estrellaré en la cabeza; y pídanmelo en residencia, que
yo me descargaré con decir que hice servicio a Dios en matar a un mal médico,
verdugo de la república. Y denme de comer, o si no, tómense su gobierno, que
oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas.
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