COMER A BORDO

"… estuvimos tres meses sin probar clase alguna de viandas frescas. Comíamos galletas: ni galletas ya, sino su polvo, con gusanos a puñados, porque lo mejor habíanselo comido ellos; olía endiabladamente a orines de rata. Y bebíamos agua amarillenta, putrefacta ya de muchos días, completando nuestra alimentación con cellos de cuero de buey, que en la cofa del palo mayor protegían del roce a las jarcias; pieles más que endurecidas por el sol, la llucia y el viento. Poniéndolas a remojo del mar cuatro o cinco días y después un poco sobre las brasas se comían no mal; mejor que el serrín, que tampoco despreciábamos. Las ratas se vendían a medio ducado la pieza y más que hubieran aparecido." (Antonio Pigafetta, el cronista que acompañó a Fernando de Magallanes en su circunnavegación de la Tierra).


Regreso de Elcano a Sevilla. (Elias Salaverria).

Tal día como el próximo tres de agosto pero de hace quinientos diecisiete años y partiendo del puerto onubense de Palos un grupo de intrépidos marineros liderados por Cristóbal Colon emprendieron una de las grandes gestas históricas: el descubrimiento de América. Los siglos XV y XVI se caracterizaron por los grandes viajes y descubrimientos. Pero, ¿qué comían esos marineros, para aguantar esas largas travesías? Debemos de tener en cuenta que los métodos de conservación de los alimentos seguían siendo bastante primitivos y que muchos alimentos eran aún desconocidos con lo que las posibilidades eran mucho más limitadas. La realidad es que la alimentación de los navegantes en aquellos climas tropicales, vista desde la perspectiva de nuestros días, era lo menos apropiada que pudiera pensarse.

Todos los navíos llevaban una persona encargada de distribuir la comida diaria, al que denominaban el despensero. El aspecto profesional de este hombre estaba regulado e indicaba que debía ser un hombre de mucha confianza, experimentado, discreto, cordial y, como tenia que bregar con tanta gente, era necesario que lo fuera para evitar discusiones. Su labor consistía en repartir primero las provisiones que estaban próximas a podrirse para que se gastasen las primeras, facilitar que nadie se quedase sin ración, pesar y medir bien lo que dispensaba sin que le quitara al soldado o al marino nada de lo que le correspondía. Los alimentos más valiosos, una vez embarcados a bordo, eran intervenidos bajo llave y custodia del despensero en jaulas de hierro. Aquel actuaba como mayordomo del superior, además de ser el encargado de supervisar y cuidar el fuego del fogón, que nadie sino él podía introducir bajo cubierta. En la nao capitana, como ocurría en la flota de Fernando de Magallanes, se protegían los materiales de botica, administrados por el físico cuando era necesario y que incluían ungüentos, aceites, aguas destiladas, un almirez, etc. junto a este hombre había otro de vital importancia, el alguacil de agua, el cual era el responsable de suministrar el insustituible líquido, el reparto lo hacía echando el agua de una tina a boca de escotilla, donde todos reciban y la vean medir. Cuando se llegaba a una zona costera, el alguacil de agua era el encargado de bajar a tierra para buscarla, proporcionándole para ello los marineros necesarios. Cuando se estaba en la mar, nadie bebía agua voluntariamente, pues se almacenaba en barriles y reiteradamente se volvía verde y crasa al cabo de pocos días. Gran parte del tiempo de un capitán de barco transcurría buscando lugares en tierra donde poder llenar sus barriles de agua, tarea larga y difícil, que fue la causa de no pocas hernias de los marineros. Cualquier lugar se hacía popular entre los navegantes si en él se podían reponer las reservas de agua.


Todas las provisiones de carne estaban en salazón, pues de otra manera no se hubiesen mantenido bien en un clima caluroso, y a menos de que se les tratase de una forma especial para eliminarles la sal antes de comerlas, provocaban mucha sed. Sin embargo, ya en tiempos de Cromwell, se dispuso que los marineros de la armada británica tuvieran que recibir diariamente dos libras de carne de vacuno o de cerdo saladas o en su lugar libra y media de pescado. La carne normalmente estaba en proceso de putrefacción, si no es que estaba totalmente podrida, y aunque no lo estuviese, todas las vitaminas de la carne fresca se habían descompuesto debido al método de conservación. A continuación de la carne, el elemento principal de la asignación era el pan, normalmente en forma de galletas de barco. Los “biscuits”, palabra que procede de “bis” y “cutre”, términos franceses que significan “cocer dos veces”. Por norma general no se elaboraban a bordo, sino en el puerto, y muchas veces estaban hechas desde hacía un año, o incluso más. Si las galletas provenían de la intendencia del gobierno, podía darse la circunstancia de que estuviesen producidas hasta cincuenta años antes. Su preparación era un proceso complejo que requería varias categorías de trabajadores especializados, que se conocían como quemadores, maestros, conductores, enrolladores y ayudantes. Otros alimentos complementaban esta dieta, entre ellos podemos enumerar pescado seco, bastina que era pescado generalmente desechado o morralla, de segundo o tercer orden, con los que se hacen un guiso marinero o una frita. Tocino añejo, habas, garbanzos, lentejas, harina, ajos, quesos, miel, almendras, anchoas, pasas, ciruelas pasas, higos, azúcar, carne de membrillo, cebollas, alcaparras, mostaza, arroz y sal, además de llevar sardina blanca para pescar.


Bodega de una carabela. (Recreación)

Existían dos amenazas relacionadas con la precaria alimentación e incluso nula en algunas ocasiones, por un lado el escorbuto y por el otro el hambre. La auténtica pesadilla de un viaje marítimo no era el tener que comer la horrible comida de a bordo, sino la falta total de alimentos. Muchos miembros de la tripulación, además de soportar un hambre enorme, tenían que sufrir los efectos de la llamada enfermedad del marinero, es decir, del escorbuto. Una enfermedad producida por la falta de vitamina C, la vitamina que contienen las frutas, las verduras, y la carne fresca.

Qué diferente habría sido el descubrimiento del continente americano si se hubiera conocido en profundidad el valor de la alimentación y la necesidad de una dieta equilibrada, si se hubieran conocido técnicas de conservación de los alimentos. Cuánto sufrimiento inútil se hubieran evitado aquellos valientes hombres si en lugar de manipuladores de alimentos hubieran existido auténticos cocineros, que le fuesen resuelto el problema añadido de comer a bordo.





Hace cinco siglos  y partiendo del puerto onubense de Palos un grupo de intrépidos marineros liderados por Cristóbal Colon emprendieron una de las grandes gestas históricas: el descubrimiento de América.

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