“Mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón, sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo.” (Miguel de Cervantes).
La historia de la gastronomía francesa, famosa en todo el mundo por su elegancia y exquisitez, suele relacionarse con personajes históricos y épocas relevantes que llegaron después. No obstante, sus bases más tempranas y transformadoras comenzaron a consolidarse en un periodo sorprendente y bajo la influencia de una figura que no era originaria de Francia: Catalina de Medici.
Nacida en el influyente linaje de los Medici en Florencia, Italia, en 1519, Catalina arribó a Francia en 1533 para unirse en matrimonio con quien más tarde sería el rey Enrique II. Italia, epicentro del Renacimiento, lideraba avances en numerosas disciplinas, incluidas las artes gastronómicas. La corte florentina destacaba por un refinamiento en sus banquetes que superaba ampliamente las prácticas culinarias francesas de la época. Catalina no llegó sola a su nueva tierra; la acompañó una dote que no solo incluía riquezas y artistas, sino también un grupo de cocineros, pasteleros y expertos italianos en etiqueta y arte de la mesa, determinados a reproducir en la corte francesa la grandeza de su patria.
Antes de la llegada de Catalina, los banquetes en la corte francesa, aunque generosos, eran relativamente simples en comparación con los florentinos. Predominaba el uso de las manos para comer, los platos eran servidos frecuentemente todos al mismo tiempo, y las normas de etiqueta en la mesa resultaban menos estrictas. Catalina, habituada al refinado "savoir vivre" italiano, impulsó una auténtica transformación en la organización y protocolo de los banquetes.

Apasionada por los banquetes y el buen gusto culinario, sus famosas celebraciones en lugares emblemáticos como el Palacio de Fontainebleau se convirtieron en auténticas exhibiciones de sofisticación. No solo priorizaba la calidad y creatividad de los platos, sino también su presentación. Introdujo el uso de arreglos florales como parte de la decoración de las mesas, un elemento que hoy parece habitual pero representaba una auténtica innovación en su época. Además, puso fin a la separación entre hombres y mujeres durante los banquetes, alentando a que compartieran mesa y promoviendo así la conversación y el intercambio social.
Una de las aportaciones más fascinantes y menos conocidas de Catalina de Médici a la cultura francesa, y por ende a la europea, fue la introducción y popularización del tenedor. Aunque instrumentos similares, aunque rudimentarios, ya existían en ciertos rincones del mundo (se dice que Catalina los descubrió gracias a mercaderes venecianos que los habían traído desde la sofisticada corte de Constantinopla), su uso en Europa occidental era prácticamente inexistente y, en Francia, una auténtica rareza.
Cuando Catalina llegó a Francia en 1533 como parte de su matrimonio con Enrique II, lo hizo acompañada de sus propios tenedores. Estos curiosos utensilios provocaron en un principio una mezcla de desconcierto, burla e intriga entre los franceses. Sin embargo, el tiempo les daría un lugar central en las mesas nobiliarias. Con el tiempo, el diseño del tenedor evolucionó, incorporando dos dientes y un mango más largo, convirtiéndose en un instrumento más funcional. Inicialmente considerado casi como una excentricidad o una pieza ornamental, comenzó a establecerse como un elemento esencial en la vida cotidiana de la corte.
El impacto del tenedor fue más profundo de lo que podría parecer a simple vista. Su llegada no solo simplificó la forma de consumir ciertos alimentos, sino que también cambió por completo los hábitos en la mesa al promover estándares de limpieza y sofisticación al comer. Más allá de su utilidad práctica, marcó un antes y un después en la etiqueta culinaria. Este pequeño pero poderoso utensilio transformó las costumbres sociales y gastronómicas de toda una época.
El grupo de cocineros y pasteleros italianos que acompañó a Catalina llevó consigo una variedad de ingredientes, técnicas y preparaciones que resultaron innovadoras para la cocina francesa de la época. La combinación de la tradición culinaria francesa con estas nuevas ideas italianas marcó el inicio de una evolución que definiría la sofisticación de la gastronomía francesa en los siglos posteriores.
Dentro de las aportaciones más notables que se atribuyen a dicha influencia, se destacan:
- La Pasta: Introdujo este alimento esencial en Italia, presentándolo en sus múltiples formas a la cocina francesa, donde era poco común en ese entonces.
- Las Alcachofas: Popularizó el consumo de este vegetal, muy valorado en la gastronomía italiana.
- Espinacas a la Florentina: Incorporó una preparación particular de las espinacas que sería conocida como "a la florentina", resaltando su origen y estilo culinario.
- La Bechamel: Aunque el origen exacto de esta salsa es objeto de debate, la llegada de cocineros italianos que utilizaban mezclas a base de leche, harina y mantequilla influyó notablemente en su desarrollo dentro de la cocina francesa.
- El Helado: Se le acredita haber introducido el helado como postre en la corte francesa, un placer refinado que cautivó a la realeza.
- Golosinas y Dulces: Promovió una gran variedad de golosinas y dulces, destacando la tradición pastelera italiana como una referencia de excelencia.
- Uso de Aguardientes y Licores: Extendió el uso de estos ingredientes, no solo como bebidas, sino también para enriquecer recetas de platos y postres.
- Aceite de Oliva de la Toscana: Fomentó la utilización del aceite de oliva de alta calidad procedente de su región natal, la Toscana, dentro de la gastronomía francesa.
- Pato a la naranja
- Pollo al vino tinto (Coq au vin)
- El consomé
- Faisán con uvas
- El vol-au-vent y otras elaboraciones con hojaldre

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