La diversidad es la magia. Es la primera manifestación, el primer comienzo de la diferenciación de una cosa y de la identidad simple. Cuanto mayor es la diversidad, mayor es la perfección. (Thomas Berry).
A lo largo y ancho del planeta, las distintas culturas y pueblos han desarrollado preferencias alimentarias tan diversas que, lo que en un lugar se considera un manjar, en otro puede generar rechazo, incluso repugnancia. Esta gran disparidad nos lleva a reflexionar sobre el concepto de "bueno para comer" y cómo no es posible definirlo únicamente desde un enfoque fisiológico relacionado con la digestión. Más allá del cuerpo humano, es fundamental tener en cuenta las tradiciones culinarias y las costumbres alimentarias de cada sociedad.
Los alimentos preferidos, aquellos considerados "buenos para comer", no son una elección aleatoria. Responden a una lógica que combina una relación más favorable entre costos y beneficios prácticos en comparación con los alimentos rechazados, catalogados como "malos para comer". De este modo, lo que a primera vista podría parecer un capricho cultural se enraíza en decisiones influenciadas por factores como el valor nutricional, la ecología del entorno o incluso el costo económico.
La complejidad detrás de nuestros hábitos alimentarios nos invita a mirar más allá de nuestras propias preferencias para entender cómo las condiciones y los contextos moldean lo que terminamos colocando en nuestros platos. Es un recordatorio de que la comida no solo alimenta el cuerpo, sino también la historia, la cultura y la adaptación humana al entorno donde vivimos.

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